Los Siete Dolores
Siete Avemarías a los Siete Dolores de María
María ha prometido gracias especiales a quienes la honren de esta manera diariamente. Incluida entre estas promesas de Nuestra Señora para aquellos que practican esta devoción, está su compromiso de otorgar especial asistencia a la hora de la muerte, incluso de ver su faz.
Los siete dolores son:
- Primer dolor: La profecía de Simeón
- Segundo dolor: La huida a Egipto
- Tercer dolor: La perdida del niño Dios en el Templo
- Cuarto dolor: Jesús y María se encuentran en el camino a la Cruz
- Quinto dolor: Jesús muere en la Cruz
- Sexto dolor: Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos de María
- Séptimo dolor: Jesús es enterrado
La Oración
La oración es tan necesaria en nuestra vida espiritual como lo es respirar para nuestra vida del cuerpo.
Desgraciadamente, muchos intentan encontrar a Dios a través de caminos erróneos como la meditación trascendental, la dianética, la cienciología, las técnicas orientales de meditación y relajación, la quiromancia y la adivinación.
En todos estos casos, se habla del espíritu y de un ser superior, un dios cósmico, un dios presente en los elementos que conforman el universo y los ejercicios que realizan los centran en ellos mismos, pues buscan como único fruto "sentirse bien", estar en paz con ellos mismos.
La oración cristiana es muy diferente a estas técnicas que están de moda, porque es una oración personal (de persona a persona) en la que nosotros hablamos con Dios que nos creó, nos conoce y que nos ama. Nuestro Dios es una persona, no algo etéreo como el cosmos o el universo.
No es un dios "cósmico", es un Dios con el que podemos dialogar de persona a persona porque nos conoce a cada uno y sabe qué es lo que necesitamos. Dios es un Padre que nos ama, y con la oración nosotros participamos de su amor. Es un Padre que llena de bendiciones a sus hijos. La oración cristiana da frutos, no sólo con uno mismo sino con los demás, nos hace crecer en el amor a Dios y a los hombres.
Algunos quizá, hayamos alguna vez intentado orar con toda nuestra buena voluntad, pero los esfuerzos que hicimos no dieron el fruto que esperábamos y terminamos desanimados y abandonando la oración.
¿Por qué nos pasa esto?
Porque no sabemos orar, necesitamos aprender a orar. Si aprendemos a orar, encontraremos en Dios la respuesta a todas nuestras inquietudes, encontraremos la paz espiritual y nuestro corazón se encontrará lleno de energía para dar amor a los demás.
La oración ilumina y fermenta toda nuestra vida y nos hace crecer interiormente. Dios se convierte en un Alguien en nuestras vidas y no es sólo una "idea" sin vida.
El diálogo continuo con Dios se vuelve parte de nuestra vida cotidiana.
Que es la Oración
Para orar, es necesario querer orar
- La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios
- Orar es llamar y responder, Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor
- Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos de más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc.
- En cambio, si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde.
¿Por qué nos desanimamos en la oración?
- Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración.
Lo que no es oración
- Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración
- Si no buscamos una comunicación con Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando, sino buscando un beneficio personal
- Si no interviene la persona con todo su ser (afectos, inteligencia y voluntad) no es oración
- Si no hay humildad y esfuerzo no es oración. Para orar es necesario reconocer que necesitamos de Dios
- Si no hay un diálogo con Dios, no es oración
- Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando
- Si no nos sentimos poco a poco más identificados con Jesucristo no hemos hecho oración
- Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no hemos hecho oración.
Características de la oración
- La oración se dirige a Dios y no necesita de muchas palabras: Él conoce lo que nos pasa.
- La oración debe ser perseverante: tener paciencia en establecer ese diálogo con Dios.
- La oración debe ser insistente: no abandonarla a la primera sino insistir
- Para orar es necesario ser humildes: es enriquecerse partiendo de nuestra pobreza para abrirnos a la riqueza de Dios.
- La oración es poderosa: se pueden observar en la Iglesia muchos imposibles conseguidos por la oración
- La oración es confiada: al orar se tiene la certeza de que Dios no nos va a fallar y esto debe transformar nuestra vida
- La oración, siempre debe estar precedida del perdón: antes de orar debemos limpiar nuestro corazón...
- La oración es necesaria para no caer en tentación: nos fortalece para vivir siempre cerca de Dios
Consejos para la oración
Cuando comencemos a orar es muy conveniente hacer un ejercicio de reflexión para preparar nuestro corazón. Consiste en detenernos un momento a pensar que es lo que estamos haciendo, con quién estamos hablando
Dedicar cada día unos minutos a la oración personal. Así como dormimos, comemos, trabajamos y descansamos, la oración debe formar parte de nuestra vida diaria.
Algunas recomendaciones prácticas que cada persona puede adaptar a su estilo de vida:
- Lugar: Escoger un lugar específico para orar. No importa cuál sea, mientras nos ayude a obtener el silencio interior que necesitamos
- Horario: Revisar nuestro horario y escoger para la oración un momento en el que nos encontremos en paz y no tengamos muchas ocupaciones y que tampoco nos encontremos muy cansados. Procurar que esta hora sea siempre la misma y mantenerla fija lo más que se pueda
- Postura: La postura es importante, más no indispensable. La oración no es cuestión de ejercicios físicos, es algo espiritual. Cada quien puede adoptar la postura que quiera, ya que cada persona experimenta las cosas de manera distinta. Nos pueden ayudar algunos ejercicios de relajación y de respiración, pero sin convertirse en el fin de nuestra meditación.
Tipos de Oración
Los caminos de la oración son muchos. Se puede orar de varias formas. Existen muchos modos de entrar en contacto con Dios. Cada quien elegirá el suyo de acuerdo a su personalidad, a sus circunstancias personales, a lo que le llene más espiritualmente en cada momento determinado.
Éstas son:
- Oración vocal
- Lectura meditada
- Contemplación del Evangelio
- Oración sobre la vida cotidiana
- Oración de contemplación
1. Oración vocal:
Consiste en repetir con los labios o con la mente, oraciones ya formuladas y escritas como el Padrenuestro, el Avemaría, el ángel de la guarda, la Salve. Para aprovechar esta forma de oración es necesario pronunciar las oraciones lentamente, haciendo una pausa en cada palabra o en cada frase con la que nos sintamos atraídos. Se trata de profundizar en su sentido y de tomar la actitud interior que las palabras nos sugieren. Es así como podemos elevar el alma a Dios. Podemos apoyarnos en la oración vocal para después poder pasar a otra forma de oración. Todos los pasos en la vida se dan con apoyos y la oración vocal es un apoyo para las demás. La palabra escrita es como un puente que nos ayuda a establecer contacto con Dios. Por ejemplo, si yo leo "Tú eres mi Dios" y trato de hacer mías esas palabras identificando mi atención con el contenido de la frase, mi mente y mi corazón ya están "con" Dios.
2. La lectura meditada:
Un libro nos puede ayudar mucho en el camino a encontrarnos con Dios. No se trata de leer un libro para adquirir cultura, sino de tener un contacto más íntimo con Dios y el libro puede ser una ayuda para conseguirlo. No se trata de aprender cosas nuevas, sino de platicar con Dios acerca de las ideas que nos inspire el contenido del libro.
Hay que leer hasta que encontremos una idea que nos haga entrar en contacto con Dios y ahí frenar la lectura "saboreando" el momento. Es así como se profundiza en las ideas del libro para escuchar a Dios. Si cuando estamos leyendo, se produce una visita de Dios, abandonémonos a Él. Al orar hay algo que nos "llama", una idea en la que sentimos la necesidad de profundizar. Para profundizar volvemos a la idea para verla en todos sus aspectos hasta que llegue a sernos personal, hasta que la hagamos propia. Esta idea mueve nuestra voluntad, nuestra capacidad para el amor, el deseo y el afecto. Esta oración debe terminar con un propósito de vida de acuerdo a las ideas en las que hemos profundizado en compañía de Dios.
3. Contemplación del Evangelio:
Consiste en leer un pasaje del Evangelio, contemplarlo, saborearlo y compararlo con nuestra vida, tratando de ver qué es lo que debo cambiar para vivir de acuerdo a los criterios de Cristo. Al leer el Evangelio nos vamos a familiarizar con los gestos y las palabras de Cristo, y a comprender su sentido. Poco a poco iremos cambiando nuestra mentalidad y nuestra conducta de acuerdo a los criterios del Evangelio. Comparamos nuestro actuar en la vida con la vida de Jesús en el Evangelio. Se trata de mirar a Jesús más que mirar el pasaje del Evangelio, escuchar su Palabra. Al orar de esta forma, hemos pasado de la reflexión que se detiene a mirar en cada punto a un mirar simplemente a Cristo. Para ponerlo en práctica se necesitan seguir los siguientes pasos:
a) Ponernos en presencia de Dios y ofrecerle nuestra oración. Leer lentamente la escena del Evangelio para tener una visión rápida de conjunto, del lugar donde sucede. Por ejemplo, en Belén, en el templo de Jerusalén, etc. Después pedirle a Dios que adquiramos un conocimiento más hondo de Jesús para amarlo más y poderlo servir mejor.
b) Volvemos sobre el pasaje evangélico y vemos las personas y:
- Vemos a los personajes que hablan y actúan en el pasaje. Fijarnos en cada uno en particular viendo primero su exterior para luego contemplar sus sentimientos más íntimos, sean buenos o malos. Sacar algún fruto personal.
- Después escuchamos las palabras: Penetrar en su sentido, poner atención a cada una de ellas. Algunas palabras las podemos escuchar dirigidas a nosotros personalmente. Sacar un fruto personal.
- Como tercer punto, consideraremos las acciones: seguir las diversas acciones de Jesús o de las demás personas. Penetrar en los motivos de tales acciones y los sentimientos que los han inspirado. Sacar algún fruto personal, recordando que la oración nos debe llevar a la conversión de corazón.
c) Terminar platicando con Jesús o con su Madre la Santísima Virgen María acerca de lo que hemos descubierto.
4. Oración sobre la vida cotidiana:
Dios está presente en nuestra vida. Los acontecimientos de la vida son un camino natural para entrar en contacto con Dios. Es necesario buscar la presencia de Dios en nuestra vida y descubrir qué es lo que Dios quiere de nosotros. Esta búsqueda y este descubrimiento son ya una oración. Estar atentos a lo que Dios quiere de nuestra vida es hacer oración y nos invita a colaborar con Él. De esta "mirada" sobre mi vida nacerá el asombro, el agradecimiento, la admiración, el dolor, el pesar, etc. De esta manera nuestra vida entera será una oración.
5. Contemplación:
Se le conoce también como silencio en presencia de Dios. Este es el punto donde culminan todos las formas de orar de las que hemos hablado con anterioridad. Es el momento en que se interrumpe la lectura, o se deja la reflexión sobre un acontecimiento, una idea o un pasaje del Evangelio. Se da cuando ya no hay deseos de seguir lo demás, se ha encontrado al Señor con toda sencillez, después de recorrer un camino. Hemos experimentado interiormente que Dios nos ama a nosotros y a los demás. Es guardar silencio en presencia de Dios con un sentimiento de admiración, de confusión, de gratitud, cuando nos sentimos invadidos por la grandeza de Dios y su amor hacia nosotros y nos ofrecemos a Él.
La oración contemplativa es mirar a Jesús detenidamente, es escuchar su Palabra, es amarlo silenciosamente. Puede durar un minuto o una hora. No importa el tiempo que dure ni el momento que escojamos para hacerla.
Para tener una oración contemplativa, debemos:
a) Recoger el corazón: Olvidarnos de todo lo demás, encontrándonos con Él tal y como somos, sin tratar de ocultarle nada.
b) Mirar a Dios para conocerle: No se puede amar lo que no se conoce. Al mirarlo debemos tratar de conocerlo en su interior, sus pensamientos y deseos.
c) Dejar que Él te mire: Su mirada nos iluminará y empezaremos a ver las cosas como Él las ve.
d) Escucharle con espíritu de obediencia, de acogida, de adhesión a lo que Él quiere de nosotros. Escuchar atentamente lo que Dios nos inspira y llevarlo a nuestra vida.
e) Guardar silencio: Silencio exterior e interior. En la oración contemplativa no debe haber discursos, sólo pequeñas expresiones de amor. Hablar a Jesús con lo que nos diga el corazón.
Orar es Sencillo
Cuando hoy se nos recomienda tanto y tanto la oración, ¿en qué pensamos y cómo nos imaginamos que debemos orar? Eso de rezar, ¿es una ciencia esotérica, reservada para unos pocos? Por el contrario, ¿es una cosa fácil, que puede hacer cualquiera? ¿Y cuál es la mejor manera de rezar?...
Si Jesús insiste tanto en el Evangelio sobre la oración, tenemos que decir que es una cosa demasiado importante. Y si es tan necesaria a todos, por fuerza Dios la ha hecho fácil y al alcance de cualquiera.
Nosotros nos perdemos en nuestra relación con Dios porque complicamos las cosas.
Y la oración, como nos dijo de una manera inolvidable Teresa de Jesús, no es más que tratar de amistad con Aquel que sabemos que nos ama.
¡De amistad! ¡Qué expresión tan bella! Tratar a Dios como un amigo, ya que Dios se ha hecho en Jesús esto: un amigo nuestro al hacerse como uno de nosotros.
Entonces, para hablar a Jesús, y en Jesús a Dios, no hay como acudir al Evangelio para saber cómo hemos de hablar con Jesús. Con la misma naturalidad que todos usaban con Él y le exponían sus necesidades. Cualquier situación nuestra tiene su exponente en el Evangelio.
- ¡Señor, que vea!, le decía el ciego.
- ¡Dame de esa tu agua, para no tener más sed!, le pedía la Samaritana.
- ¡Señor, enséñanos a orar!, le decían los discípulos.
- ¡Sálvanos, Señor!, que perecemos!, le gritaron los apóstoles en la barca que se hundía.
- ¡Señor, mándame ir a ti!, le pidió Pedro.
- ¡Señor, ten compasión de mí, que soy un pecador!, murmuraba el publicano.
- ¡Señor, si quieres puedes limpiarme!, le suplicaba humilde el leproso.
- Mira que tu amigo, a quien tanto quieres, está enfermo, mandó a decirle Marta.
- ¡Auméntanos la fe!, le pidieron los discípulos.
- ¡Acuérdate de mí cuando estés en tu reino!, le suplicó el ladrón.
- ¡Señor, danos ese pan!, le pidieron los oyentes cuando prometió la Eucaristía.
- ¡Señor, tú sabes que yo te quiero!, le protestaba Pedro.
- ¡Mira, Jesús, que no tienen vino!, se limitó a decir María por los otros cuando los vio en apuros...
Así, así le hablaban a Jesús. Imposible mayor sencillez. Y Jesús no dejó de atender ningún deseo.
Si así son las cosas con Jesús, nos ponemos a pensar. ¿Nos damos cuenta de lo que ahora le deben gustar a Jesús estas mismas súplicas, cuando se las repetimos hoy nosotros? ¡Le traemos a su mente unos recuerdos tan queridos!... ¿Por qué no le hablamos con las mismas palabras que escuchó entonces y que le enternecían el corazón?...
Sería la oración más fabulosa y segura salida de nuestros labios.
Precisamente en el Evangelio aprendemos la insistencia con que Jesús nos recomendaba la oración. Podríamos decir que esa insistencia era hasta machacona. Cuando así lo hacía Jesús, quiere decir que la oración es lo más importante de nuestra jornada y de la vida entera. La Iglesia lo ha entendido siempre así, y en la oración oficial de la Iglesia la que hacen obligatoriamente los sacerdotes en nombre y por todo el Pueblo de Dios tiene repartido de tal manera el día que en ninguna hora le falta a Dios la súplica de toda la Iglesia. Y para orar bien los sacerdotes como los fieles, no hay como acudir al Evangelio.
Corre por ahí una poesía preciosa sobre la manera de orar, tal como se oraba a Jesús en el Evangelio, y que dice así:
Rezar... la mar se pone fea; Rezar es departir con el Maestro, y es rezar –¡y qué rezar!– decir “te quiero”, es echarse a sus plantas en la hierba, y lo es –¡no lo iba a ser!– decir “me pesa”, o entrar en la casita de Betania y el “quiero ver” del ciego, para escuchar las charlas de su cena; y el “límpiame” angustioso de la lepra, rezar es informarle de un fracaso, la lágrima de la viuda, decirle que nos duele la cabeza; y el “no hay vino” en Caná de Galilea; rezar es invitarle a nuestra barca y es oración, con la cabeza gacha, mientras la red lanzamos a la pesca, después de un desamor gemir “¡qué pena!”; y mullirle una almohada cualquier contarle a Dios nuestras tristezas, sobre un banquillo en popa a nuestra vera; cualquier poner en Él nuestra confianza... y, si acaso se duerme, – y esta vida está llena de “cualquieras” –, no aflojar el timón mientras Él duerma; todo tierno decir a nuestro Padre, y es rezar despertarle, si, de pronto, todo es rezar..., ¡y hay gente que no reza!
Esto es oración. Ésta es la mejor oración.
Éste es el método más fácil de orar. Y es posible que sea también la manera de oración que más le gusta oír a Jesús. Aquí todo es amor, confianza, amistad. Todo es actualización del Evangelio.
Le podemos pedir ahora de nuevo a Jesús:
- ¡Señor, enséñanos a orar!
Pero es casi seguro que Él nos va a responder:
- Ya os he enseñado. ¿Por qué no rezáis así?...
Ponerse en presencia de Dios
-Ponte en presencia de Dios
-Date cuenta de que Él está allí; Él te mira, te conoce, te penetra con su luz
-Date cuenta de que todo esto es muy importante porque orar es unirse con Dios que está presente delante de nosotros en estos momentos...
-Si no se establece esta relación de unión con Dios, no es oración cristiana
La oración se inicia con una invocación al Espíritu Santo
-Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
-Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la tierra.
-Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Actos preparatorios
Acto de fe:
Señor, creo que tu estás aquí, dentro de mí. No te veo, ni te oigo, ni te siento, pero creo que sí estás realmente aquí. No hay ningún rincón de mi cuerpo o de mi alma escondido para ti, pues tú me penetras totalmente con la luz de tu inteligencia. Creo todo lo que tú me enseñas por medio de tu Palabra y por medio de la santa Iglesia Católica.
Acto de esperanza:
Confío en ti, Señor. Sé que miles de personas confían en otras cosas como dinero, prestigio, posición social, sus propias cualidades.... Pero yo confío únicamente en ti. Sé que nunca me vas a fallar y que siempre eres fiel. Espero en ti para la salvación de mi alma y que me darás todo lo necesario para alcanzar la vida eterna.
Acto de caridad:
Te amo, Señor, porque eres infinitamente amable. Quiero amarte con toda mi inteligencia, con toda mi voluntad, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas. Quiero amarte como tú me amaste, con un amor hecho de esfuerzo y entrega. Te ofrezco esta meditación como una manifestación de mi amor. Quédate conmigo durante la meditación y durante toda mi jornada.
Acto de humildad:
Me doy cuenta, Señor, que no soy nada. Soy lo que soy delante de ti. No soy más porque los hombres me alaben, o menos porque me vituperen. Ayúdame a darme cuenta de mi miseria física, moral y espiritual. Si produzco fruto en mi vida es porque tú me das tu gracia. Perdóname mis pecados, que son muchos. He traicionado tu amor tantas veces...
Acto de entrega:
Yo me consagro una vez más a ti, Señor. Aquí tienes mi boca para hablar las palabras que tú quieres que hable; tienes mis pies para llevarme a donde tú quieres que vaya; tienes mi mente para que piense lo que tú deseas que piense. Te ofrezco mi corazón para que tú ames en mí a todos los hombres con los cuales me encuentre hoy.
Acto de gratitud:
Te agradezco, Señor, por haberme creado, por haberme llamado a la fe católica. Te agradezco especialmente por todas las veces que me protegiste y no me dejaste caer en pecado. Te agradezco, de antemano, el fruto que deseo sacar en esta meditación.
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