Una Vida de Oración
UNA VIDA DE ORACIÓN
1 Tes 5, 16-17.
“Estén siempre alegres, Oren sin cesar y en toda ocasión den gracias a Dios: esta es, por voluntad de Dios, vuestra vocación de Cristianos”.
VIDA DE ORACIÓN
Sal 79, 4.
“OH Dios, restablécenos, muestra tu rostro alegre y nos salvaremos”
Vida de oración es un estado, un modo característico de ser de la persona: el estado de aquel a quien el Señor se ha revelado en lo íntimo del corazón.
Para llegar a este estado o a una vida auténtica de oración, es absolutamente indispensable pedir al Señor la inestimable gracia de que se digne revelarnos su rostro.
Cuando el corazón de un hombre está lleno de Dios, en cierto modo ya no distingue entre: reflexionar, trabajar, jugar o rezar. Todo en él es como un torrente límpido que mana de la misteriosa fuente de su interioridad escondida en Dios.
La propia vida se torna en oración, en un permanente himno de alabanza a Dios. La oración es para él lo que la respiración o el pulso cardíaco son para su vida física. Es necesario, aclarar en este punto que el estado de oración no puede producirse artificialmente. Es un don absolutamente gratuito concedido a quien ora de todo corazón y con una gran perseverancia.
Quien entra una vez en este estado difícilmente renunciará a él; no podrá dejar de orar, como quien amó una vez no puede dejar de amar. Más exactamente, el Espíritu que se ha instalado en él no dejará ya de orar en él. De tal modo, cualquier cosa cobra en él valor de oración; de todo su ser se desprende la fragancia espiritual de su unión con Dios.
SILENCIO DEL CORAZON
“En verdad que nadie tiene derecho a hablar de Dios, si primero no habla con Dios”.
¿Pero qué es lo que nos ocurre y por qué no podemos hacerlo?
Dios es silencio y necesita de hombres y mujeres capaces de transmitir su Palabra y de vivirla, y para poder transmitir lo que el Espíritu Santo ha hecho en mi vida, primero tengo que haberlo recibido, tengo que haber experimentado su poder y su acción en mi propia existencia.
Muy pocas cosas nos ayudan tanto a conversar con Cristo, a tener un encuentro personal con Él, como el silencio. No el silencio exterior, el de los ruidos del mundo, el de la estridencia de las gentes, sino el silencio del corazón, sin el cual, sencillamente, no es posible oír la voz de Cristo cuando nos habla.
Por eso Él nos recomienda siempre:
Sal 94, 8
“Ustedes pueden, hoy, oír su voz...”
Mt 6, 5-6.
“Cuando recen no hagan como lo hipócritas..., Tu, cuando reces, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que comparte tus secretos; y tu Padre, que ve los secretos, te premiará”
Esto nos muestra que en el silencio del corazón debemos conversar con aquel que nos ama y que quiere para nosotros lo mejor, con aquel que nos ha dicho:
Mt 7, 7-8.
Pidan y se les dará; busquen y hallaran, llamen a la puerta y les abrirán...
Son muchos los que andamos buscándolo constantemente, pero solo lo encontraran los que permanecen en constante silencio. El hombre que se complace en la abundancia de las palabras, aunque diga cosas admirables, está vacío por dentro. Si amas de verdad, sé amante del silencio.
ACTITUD ORANTE: EL RECOGIMIENTO
Mt 6, 6.
“Tu, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y reza a tu Padre que comparte tus secretos, y tu Padre, que ve los secretos, te premiara.”
Con estas palabras muy sencillas, Jesús, nos enseña un método: “El Secreto del Recogimiento”. Muchas veces experimentamos, que para vivir momentos de oración verdadera es necesario un determinado clima. Tenemos que retirarnos a nuestra habitación, apartarnos, no hablar con otros, ni escuchar: En una palabra recogernos. Este término tiene un significado psicológico profundo, porque a menudo nuestras fuerzas están dispersas. Hablamos escuchamos, nos movemos, nos distraemos en muchísimas cosas.
La Espiritualidad oriental, aun fuera de la tradición cristiana, ha tratado ampliamente el tema del recogimiento. La imagen que los orientales usan por lo general, para expresarlo es la del tigre, o de la pantera que antes de lanzarse sobre la presa se encoge en sí mismo para reunir el máximo de la fuerza.
Para encontrar a Dios, hay que reunir nuestras fuerzas dentro de nosotros y concentrarnos, apartarnos, por así decir, de lo exterior.
En efecto, concentrarnos quiere decir tener un centro único, si logramos colocarnos así delante del Señor, de nosotros saldrá una capacidad increíble. Incluso, nos parecerá que somos distintos, con una lucidez y una claridad nunca experimentadas, y comprenderemos mejor la pregunta: “Quien soy yo”
UNA EXPERIENCIA VITAL
Los Apóstoles ya sabían orar y lo hacían en común, como todos los judíos en las sinagogas y en los principales momentos del día. Sin embargo, al lado de Jesús han descubierto una nueva manera de vivir y de convivir, y sienten la necesidad de hablar al Padre en otra forma. Jesús espero para enseñarles a orar, que ellos mismos se lo pidieran. Mt 6, 9.
La experiencia de la oración esta, ante todo, unida a la capacidad de hacer silencio dentro de nosotros, intentando aislarnos de los ruidos y de las distracciones para volver a escuchar el eco de la voz de Dios.
Recordemos lo que sucedió en Betania, en la casa de Marta y de Maria: una improvisada visita de Jesús con sus discípulos puso en agitación a Marta, que empieza a preparar la comida. En cambio, Maria a los pies del Maestro escucha su palabra. A las protestas de la hermana ocupada Jesús responde: “Marta. Marta, te afanas y te preocupas por demasiadas cosas. Una sola es necesaria. Maria ha escogido la mejor parte” Lc 10, 41-42.
Dedicar unos momentos diarios a la oración es, pues elegir como Maria la única cosa necesaria: quiere decir haber comprendido que el encuentro con Dios es la novedad más importante y significativa de toda nuestra jornada.
En la Biblia leemos que Moisés, el conductor del pueblo de Israel, “hablaba con Dios cara a cara” Ex 33, 11.
Seria hermoso hermanos hacer en nuestra oración, esta experiencia de intimidad. Sentir la respiración del Señor, el ruido de sus pasos en nuestro corazón.
Así, aprenderemos a orar, cuando aprendamos a contemplar la profundidad de las cosas. Solamente quien tiene la valentía de “gastar” tiempo en la oración tiene también la posibilidad de penetrar con su mirada el misterio de la Presencia Divina. Entonces el asombro se convierte en alegría, y como en el Salmo nuestros labios pueden apenas murmurar: “¡OH Señor, nuestro Dios, que glorioso es tu nombre por toda la tierra!” Sal 8, 10.
UN PRIVILEGIO DE TODOS.
Lc 18, 1.
Jesús habló sobre: "la necesidad de orar siempre, sin desanimarse jamás"
El don de orar se nos concede a todos, y todos nosotros podemos acudir al poder de nuestro DIOS Todopoderoso.
No todos somos llamados a ser pastores, o predicadores, o maestros, o evangelistas o exhortadores. Dios da a cada uno un don y una tarea, según su habilidad. Sin embargo, el arte de la oración no tiene esas restricciones.
Este don es para todos.
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