A Nuestra Señora de la Esperanza
La Macarena
Oración para todos los días
¡OH excelsa Madre de Dios y Esperanza de los mortales!
Sabedor de que habéis recibido la misión divina de guardar, guiar, alegrar y consolar a las almas, a Vos acudo con inquebrantable fe e ilimitada confianza.
Vuestro título de Madre de la Esperanza me alienta sobremanera; vuestro nombre ya es prenda de buena acogida; vuestra misión es seguridad de otorgamiento.
Seguro de que vuestros brazos se abren en todo momento con solicitud maternal, en ellos me arrojo. De Vos todo lo espero.
Aun cuando todo el mundo me abandone, aun cuando la ciencia me desahucie, aun cuando el Cielo oculte sus celajes, aun cuando Dios no oyera ya mis ruegos, aun cuando las tinieblas envolvieran mi alma, aun cuando todo el camino se me cerrara, y sin luz, sin calor, sin fuerza, sin aliento, sin sostén alguno ni humano ni divino, estuviera por hundirme en el abismo de la desesperación, a vuestro amparo me acojo.
Vos no me abandonaréis, OH Madre mía; Vos fuisteis, sois y seréis, después de Jesús, toda mi esperanza. En Vos confié y en Vos confío contra toda esperanza y seguro estoy que no quedaré confundido.
¡OH Madre buena y poderosa, OH Madre de la Esperanza! Mirad mi aflicción y necesidad, dadme consuelo, escuchad mi plegaria. Por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. AMEN.
Día 1º
Esperanza de los que en Tí creen
Ella, Nuestra Señora de la Esperanza, es aquella de quien se ha dicho que es poderosa como ejército en orden de batalla.
Cuando Ella interviene, todo el poder del infierno se bate en retirada; Ella es la poderosa, pero es también aquella cuyo poder está siempre atareado en el amor; por eso, la elegimos misionera, entre nuestro corazón y Dios.
Ella es la Intercesora, por derecho legítimo. Sus poderosas credenciales las conquistó en el momento mismo de la Anunciación, y las fue acrecentando cada día, con su propio dolor.
Sobre la humanidad que cae y se levanta en un continuo recaer, hay dos manos tendidas, indefensas y humildes, pararrayos levísimos que detienen a Dios. Dos manos sin más arma que el plegarse sumisas en el gesto pujante de la oración; la gran palanca, definida como la omnipotencia del hombre, y la debilidad de Dios
¿Cómo es posible que la Trinidad Santa le niegue nunca audiencia, si es la que dijo el "fiat" que tenía suspenso a todo el limbo; la que prestó su cuerpo para el milagro trascendental y augusto de la Encarnación; si es la Corredentora, la colaboradora imprescindible de Dios?
Puede el Cristo volcar sobre la tierra todo el poder de su justicia, o toda la dulcedumbre de su amor, pero pasar sobre su Madre, pero dejarse crucificar de nuevo en la que le dio la sangre necesaria para la Redención, eso no lo hace Dios. También, el Purgatorio, esa cárcel de la misericordia, conoce la esperanza en su poder. ¡Baja a ella tan a menudo, es en ella tan familiar!
Pero el gran combate del amor lo libra la Señora de la Esperanza, cuando ve que se alza, justamente indignada, la diestra omnipotente de Dios. Entonces entra en batalla la Madre, toda la Madre; es decir la plenitud del amor, hasta que cede, desarmada y vencida por esta omnipotencia suplicante, la indignación de Dios. Ya en el milagro de Cana, confundida entre las mujeres judías, era la poderosa que adelantaba la hora, con su violencia al Divino Corazón.
¡Madre de mi Esperanza! Tú sabes sin que yo te lo diga por qué comienzo hoy esta novena. Tú sabes el proceso de incertidumbres y de angustias que la precedió; tú puedes ayudarme, tú quieres ayudarme, pero desde ya te suplico: si la gracia que pido ¡y tú sabes como la deseo! No ha de llevar al cielo un poco más de gloria, y a mi alma y las almas un poco más de bien, entonces calla, porque ciego, yo no sé lo que pido.
Hágase en mí, cada segundo, la voluntad de Dios.
Récese una Salve y la siguiente:
Oración Final
Escúchame otra vez, mi buena Madre: ¡Sabe Dios cuántas veces he de volver aún antes que parta! Soy, con tu beneplácito, un tenaz pedigüeño incorregible, un mendicante amado, que ni en el cielo te dará descanso.
Sólo, no puedo nada; me falta fortaleza, serenidad, paciencia; pero si estoy contigo, siento como que todo el cielo está conmigo.
¿Quién contra mí?: ¿demonio, mundo, carne?; ¿enfermedad, cansancio?; ¿tentación, aridez, la muerte misma? ¿Quién contra mí, si me siento apretado en el nudo materno de tu abrazo?
Esta vez, como siempre, con que Tú lo quisieras, al momento sería consolado; quiérelo, quiérelo Tú para que Dios lo quiera (Hágase aquí la petición con infinita confianza).
Ya regreso tranquilo, porque todo ha quedado en tus manos. Hasta muy pronto Madre, dentro de poco tornaré gozoso para mi acción de gracias. ¡Hasta muy pronto y hasta siempre, Virgen de la Esperanza!
INVOCACION
Tu ruego todo lo alcanza, María de gracia llena; Sé siempre nuestra esperanza, Virgen de la Macarena.
Día 2º
Esperanza de los que en Tí esperan
Oración de inicio
Nada, absolutamente nada en nuestra vida sucede por azar. Desde el alba al ocaso, todas las horas del día llevan la marca de la providencia amorosa de Dios. Aun cuando las circunstancias parecen ahogarnos traídas y llevadas por el remolino de una fuerza contradictoria y fatal, la mano de Dios invisible y certera, empuña el timón.
Para quien ama mucho, el frío, el calor, el fracaso, las caídas, los males aparentes, todo se cambia en amor. Cada aguijón es un acto de esperanza; cada prueba es una ocasión para tomar la revancha de sí mismo, por el amor.
Pero hay cuestas arriba en que aun las almas fortalecidas por el combate espiritual ya no pueden más, y sin embargo, ¡es necesario poder!
Cuándo los picos de ese alpinismo interior se hagan difíciles de escalar, ¡ah!, "podremos", Señora, si vamos siempre juntos, Tú y yo. Sé Dios quiere que arda en el crisol de las tentaciones, de las más rudas tentaciones, ¡sea! No temo nada, Madre de la Esperanza, porque eres buena y yo reposo en Tí.
Si Dios quiere que todas las fatigas sufridas por su gloria, porque esa era su voluntad, se vuelvan contra mí; si Dios permite que el fracaso persiga cada una de las iniciativas que El me ha inspirado, si después de haberme dado una vocación acumula sin fin los obstáculos para contrariarla, bendita sea siempre la voluntad de Dios. Espero someterme a ella, no con pasividad ni con inercia, sino con una aceptación voluntaria, que es la mejor actividad del amor.
Pero esto lo espero, ¡OH mí amada Señora! Porque eres buena y yo confío en Tí.
Me parece que veo a Jesús ocupado en pasar revista a las pruebas con que santifica a las almas, y, que le oigo exclamar: "Esta para N." ¡Jesús, eligiendo para mí!
Este mismo problema, esta dificultad, esta angustia ha sido amorosamente elegida por Jesús para mí.
Y me despido esta tarde con esta súplica: Madre mía, si alguna vez Dios permitiera que junto al dolor llegara a olvidarme de esto que ahora entiendo tan bien, ten la misericordia de decirme; más aún por tu bondad, espero que me digas: Hijito mío, recuérdalo; esto ha sido elegido por mi Jesús para tí, expresamente para tí.
Oración final
Día 3º
Esperanza de los que te aman
Oración de inicio
Virgen Sevillana, la de las saetas y las romerías; Virgen la más guapa, la llevada en andas bajo el sol ardiente de la vieja España que te reverencia, ¡Macarena mía!
Deja que te diga, que si muchos cantan tus gracias y glorias, sin saber cantarlas ¡yo también te quiero Madre de mi vida!
Y mientras te alaban los hijos amantes, un solo estribillo repito a porfía: suple las saetas que no sé labrarte; yo también té quiero, Esperanza mía.
Maja Dolorosa de mi corazón: como niño que soy, le pediré a Jesús que me haga santo, para poder amarte mejor. Gozo de amarte voluntariamente, con este libre albedrío que Dios me dio, gozo infinito de sentirme hijo, Madre de pecadores, pues soy tu pecador.
¡Ah! cada vez que pequé, renegué de este amor. Pero aunque mi pecado fuera el fruto de toda la malicia posible, aún entonces esperaría en Tí, porque a pesar de todo me amas, porque a pesar de todo te amo.
Cada vez que tropiece, volveré a comenzar; si mil veces cayera, Tú me levantarás, porque las madres no se cansan nunca de enseñar al pequeño a caminar.
Cuando fui aguas abajo, con las velas arriadas, con qué tristeza me mirabas; pero ya de regreso, por la gracia de Dios, con los mástiles nuevos y con el rostro al sol, he llegado a tu puerto, Marinera celeste, y hundí todas mis anclas en el mar dulce de tu corazón.
Pueden los remolinos hacer girar mi barco, pueden los malos vientos azotarle los flancos, pueden hinchar las velas y hacer crecer sus combas, pero no podrán nunca desatar las amarras, porque han sido anudadas por el amor.
Los que aprendimos a invocarte, descansamos serenos a pesar de la rabia del enemigo (el único en el cielo y en la tierra que queda fuera de tu corazón).
¡Si hasta los que se obstinan en no amarte viven siempre al amparo de tu protección!
Si la muerte llegara como un castigo de Dios, en el momento espantoso del pecado, con la certidumbre casi de la condenación, como siempre y más que nunca esperaría en Tí, porque a pesar de todo me amas, ¡porque a pesar de todo, te amo!
Oración final
Día 4º
Esperanza de los que desesperan
Oración de inicio
Ya no te llamamos hoy solamente esperanza de los que creen en Tí, de los que esperan en Tí, de los que te aman, sino esperanza soberana de los que ya no tienen esperanza.
En la hora de la crucifixión que llega siempre para las almas, puesto que es la misericordia de Dios que las estrecha, cuando nuestra humanidad parecía quebrarse interiormente, cuando sentimos, ¡OH dichosa participación de la agonía de Cristo! Que estábamos suspendidos entre el cielo y la tierra, cuando esperar todavía parecía una locura, el grito dolorido de nuestra esperanza te tocó el corazón.
¡Si supieran todos los que desesperan, que fácil es tocarte el corazón! ¡Si supieran los hombres que fácil te es a Tí consolar, precisamente porque nadie consuela mejor que aquel que padeció!
¿Es que acaso, al corazón de la Madre no le concede Dios intuiciones misteriosas e inefables, para comprender y consolar, por distintos que sean, a cada hijo de su amor?
¡Si tu moreno rostro doloroso y tus ojos cargados con toda la tristeza de la tierra, con todo el sufrimiento de una vida de excepcional martirio, son la mejor garantía de consolación!
Almas desesperadas, "Sursum Corda", ¡arriba, bien arriba el corazón!
Digamos que la cruz nos pesa mucho, que los clavos parece que se ensanchan por fuerza del dolor, que los miembros ya ceden y se insinúa en el pecho una espantosa sombra de rebelión. Ella lo sabe todo; si la cruz pesa mucho, es que el cuerpo reacio no se adapta al madero del dolor; si la herida se agranda, es que se forcejea; y si la voluntad se insubordina, es que comienza a fallar el amor.
Con manos maternales nos acomodará sobre el madero, buscando siempre la postura mejor, y nos dará, no la impasibilidad que es ausencia de todo sufrimiento, sino la santa aceptación.
Y quizá... ¿por qué no? Si amamos mucho a Dios, quizá de Ella nos venga, no el aceptar la cruz, sino el vivir abrazados a la cruz, el dichoso delirio de la cruz, la divina locura de la cruz.
Madre dolorosa, que viviste totalmente inmolada por el amor, ofrece tus dolores y los dolores de Cristo, más que tuyos, por los que sufren desesperación.
¡Madre de mi dolor y mi esperanza, ofrécelos a Dios!
Oración final
Día 5º
Esperanza de los pecadores
Oración de inicio
"Solo se pierde el que quiere, y lo quiere obstinadamente, a despecho de las repetidas y amorosas tentativas de mi gracia, para conducirlo al bien". "Aun cuando un alma estuviera cubierta por todos los pecados que se puedan cometer por las personas que han existido, que existen y que existirán hasta el fin del mundo, si esa alma se arrepiente y que mi sangre la purifique, no queda más en aquella alma, ni siquiera la más pequeña mancha, porque mi gracia obra siempre, cuando encuentra en el alma las debidas disposiciones".
Medita, pecador: habla Jesús: ¡Ah! ¡Si supieras lo que ha dicho El de ti, esto es, de las almas que le han herido mucho, serías feliz, demasiado feliz!
¿Sabes que cuando un alma desanda el camino que la alejaba de Dios, el corazón de Cristo no puede contenerse y le sale al encuentro? ¿Sabes que los pecados tuyos, tus impurezas, tus blasfemias... y baja por la escala del horror y del pecado hasta donde quieras... todos, todos han regresado ya a la nada?
En la obra maravillosa de la creación, sólo el pecado, recuérdalo, sólo el pecado perdonado en el Sacramento de la Penitencia, vuelve al no ser. Escucha a Jesús: "Si supieras lo que yo haría en un alma, aun llena de miserias, con tal que se abandonara a mi amor...El amor no tiene necesidad de nada... sólo necesita no encontrar resistencia. Con cuánta frecuencia lo que Yo busco en un alma, para hacer de ella una santa, es que no me resista...".
Si pecaste, hiciste lo más triste que pudieras haber hecho; te sucedió la única desgracia que merece ser llamada tal: disgustar a un Padre que te da cada segundo, el aire que necesitas para vivir; aún más, que te da en el orden físico y espiritual, los infinitos dones que supone un sólo día de vida. ¡Y cuántos días has vivido ya!
Pero no te atormentes; eso tampoco lo quiere Dios. Si así fuera, de nada te valdría vivir inundado por su misericordia.
Un acto de contrición perfecta, un acto de confianza ilimitada, y arrójate con los ojos cerrados, en los brazos de Dios. Le robarás el corazón. ¡Qué feliz eres pecador!
Y sí, por un imposible, pudieras aún dudar de su misericordia, no pierdas tiempo: corre al momento a María, y después de este encuentro tendrás que exclamar, aplastado por la prueba de la misericordia infinita: Me venciste, Señor!
Así te quiere Dios. Vencido por el amor, por la confianza, por el abandono, por la convicción profunda de tu indignidad.
Así, anonadado y pequeño, sube al regazo de la Madre y reposa de las grandes fatigas del pecado, en santa paz. No temas, no dudes. Ella no te va a fallar.
Ella desde hace veinte siglos, se declaró y siempre se demostró, Madre bondadosa de los pecadores. Y la madre nunca abandona al hijo, nunca deja su obra a medio hacer. Ella aplasta la cabeza de la serpiente, deshace todos los sofismas, vence todas las dificultades, allana todos los obstáculos, vigoriza el corazón, infunde aliento y valor. Sólo abandónate, confíate plenamente en Ella, cual niño en el regazo de la madre y serás salvo...
Oración final
Día 6º
Esperanza de los enfermos
Oración de inicio
Somos nosotros, Madre, testigos de curaciones que no olvidaremos nunca, y que quisiéramos publicar para tu gloria, para que todos supieran que, cuando nuestro hogar pasó por la hora decisiva y angustiosa de Getsemaní, cuando alguno de los que amamos en el alma cayó vencido por la enfermedad, traspasando todas las tinieblas con nuestra fe ¡OH don de Dios! Te llamamos y te volvimos a llamar, con insistencia porfiada cada día.
A veces tardas porque pruebas. Dejas que se vayan sumando los imposibles, y cuando ya toda esperanza humana ha desaparecido, cuando queda sólo Dios, y en Dios seguimos esperando a pesar de todo, entonces obras: es el momento propicio. Pero tiene que alentar en el alma ¡OH lo sabemos! Un abandono perfecto en su misericordia, una confianza absoluta, total y heroica. La confianza vence a Dios. Los ángeles presencia reverentes y absortos el sufrimiento de un cuerpo que se inmola como hostia viva, sintiendo el mismo martirio de Cristo: Sed de almas. Desde la cruz, El enseñó a sus predilectos el arte de sufrir con alegría, porque son ellos los que pueblan el cielo.
Cuando la esperanza, no la triste esperanza de la tierra que no puede consolar porque no tiene raíces sobrenaturales, sino la esperanza robusta y luminosa en Dios, ha conquistado el señorío del corazón, el lecho del enfermo es una cátedra sagrada, desde donde el Cristo sigue enseñando a los hombres, las más desconocidas lecciones del Amor.
La dulzura, la serenidad, el silencio, en medio de los tormentos del cuerpo, son las victorias de una voluntad acerada en la escuela del padecer.
El mejor don y más valioso, es el ejemplo de padecer cristianamente. De este legado se acuerda la familia por varias generaciones.
Muchas veces, Madre de la Esperanza, no tornas la salud a los que amamos, porque nosotros, miopes para escudriñar los planes de Dios, no sabemos pedir, pero eres entonces más que nunca, Nuestra Señora de la Esperanza.
Quien haya visto agonizar invocando a María, conocerá la emoción de un espectáculo que irradia una paz que traspasando el umbral de las cosas naturales, toca ya los umbrales del cielo.
¡Hombres carnales que no creéis en la inmortalidad del alma, venid... y arrodillaos!
¡Nuestra Señora de la Esperanza!: nos ponemos totalmente en tus manos para cuando llegue la enfermedad; danos fortaleza para santificarla, y cuando Dios lo quiera, dulcifica nuestra despedida y ejemplariza nuestra muerte. Así sea
Oración final
Día 7º
Esperanza de los abandonados
Oración de inicio
No, abandonados no, mis pobrecitos. Tan sólo el enemigo puede haber sugerido a vuestro corazón, creado para la esperanza, para la luz, para el amor, semejante amargura. El es el que me odia, y debo defenderos de su sombra y de vosotros mismos. Mi dulzura y su odio, pelearán frente a frente, y agotaré los dones recibidos: es un ladrón maldito, es tristemente poderoso y vosotros sois míos.
Ahuecaré mis manos que han conservado el roce milagroso de nuestro Jesús niño, esponjaré el regazo, iré a buscaros si os habéis escondido, y mi canción de cuna os llegará dulcísima, y así sobre mis brazos, tiernamente obligados, os quedaréis dormidos.
¡Sois niños grandes, pequeños niños míos!
¿Quién podrá disputarme el derecho a acunaros, si desde la Anunciación, desde la Eucaristía, desde el Calvario, os llevo en mis entrañas?
Para adquirir este derecho fui Madre de la Víctima. Tenía yo un hijo; meditad, mis pequeños que os apegáis a las criaturas. Era esbelto y gallardo; cuando yo lo veía pasar por los caminos de Judea con su andar soberano, era tan bello el Hijo, que en el gozo infinito de la maternidad, el corazón se me partía.
A cambio de El, Dios puso entre mis brazos, una legión de hijos carcomidos de lepras y vicios. Para poder estar siempre con ellos, abandoné a mi Jesús.
Sin su Madre penetró en el Huerto de los Olivos. ¡Cómo hubiera yo corrido, sobre hielos, sobre llamas, sobre espinas, para abrazar a Aquel que habría de enamorar al mundo, hasta el fin de los siglos. Por haberme prometido acompañaros, no pude.
El beso que yo hubiera dado a mi Jesús sufriente, tal vez hubiera aniquilado totalmente sus fuerzas. Si El me hubiera mirado con aquellos sus ojos indecibles, más ardiente que Pedro, sin poder contenerme, quizá lo hubiera desarmado con mi abrazo. ¿Y vuestra redención?, ¡ah, pobrecitos!, No se habría realizado.
Sin su Madre, porque era necesario dejarlo solo, entró en plena agonía. ¡Como hubiera volado: comprendedme, madres de la tierra. Era mi hijo! Sin mí, que tuve para El todas las intuiciones del amor, y sabía hasta donde era sensible su delicado corazón, pasó toda la noche del Jueves Santo; mi martirio fue inenarrable y divino.
Esa noche sufrió el desprendimiento total, el desgarramiento infinito, y yo lo sabía, pero me sentía presa en una cárcel sin rejas. Lo que vino después...fue algo tan espantoso que es imposible de narrar. Os di mi hijo, y os di mi Dios; ¿puedo daros aún algo más? ¿Verdad que nunca me diréis que estáis abandonados?
Enfermos, doloridos, acongojados, sí, mis pobrecitos, pero no abandonados.
¿Verdad que nunca más?
Oración final
Día 8º
Esperanza de los que sufren
Oración de inicio
Hijo mío, si sufres, llámame; yo soy la Señora de la Esperanza.
Bien sé que tú estarías pronto a sufrir mil pruebas aún más dolorosas a cambio de ésta; pero Dios no quiere aquellas mil, sino sólo una, pero ha de ser precisamente ésta y no otra.
Tú serías capaz de inmolar lo mejor de tí mismo porque eres muy generoso; pero Dios es capaz, "muy capaz" de no aceptar tu inmolación, exigiéndote en cambio, el pequeño vencimiento de tu carácter, paciencia a veces heroica para sufrir los defectos del prójimo, serenidad en el fracaso de tus sueños queridos.
Momento llegará, si no ha llegado ya, en que te sientas sordamente cansado de sufrir. ¡Cuidado, hijo del alma que el enemigo ronda, y muy cerca está ya! El que puede evitarte esta prueba y no te la evita, está obligado a sostenerte; un pequeño esfuerzo más, y quizá vencerás. No permanezcas nunca solo, porque eso es peligroso, ven a mis brazos ¡y verás si vencemos!
Sobre todo, no murmures jamás interiormente de Dios; piensa y cree que El te ama inmensamente más de lo que le amas tú; por eso, aunque no lo comprendas, te fortifica y te acrisola. El cielo has de conquistártelo tú, hora tras hora.
Si las cosas te salieran demasiado bien, si fueras mimado por Dios, entonces, sí, deberías sospechar y temer que todo fuera abandono y castigo. Hijo mío: la lógica del amor parece contradictoria, ero si eres fiel, El te llevará de claridad en claridad y llegarás a comprenderlo todo, con facilidad habitual.
Yo siendo Madre de Dios, aprendí en el destierro, como tú, la ciencia del dolor: por eso me llamáis ahora vuestra Señora de la Esperanza.
Es necesario que eduques tu voluntad. Sé valiente; comienza por soportar virilmente las contrariedades de cada día, aunque nada tengan que ver con el dolor dominante de tu vida. Si soportas voluntariamente los pequeños aguijones que te hieren, irás realizando lenta pero seguramente tu propia inmunización.
Aprenderás a conocer el valor sobrenatural del dolor, y ahí está todo el secreto.
Cada dolor será en tu vida ala o cadena, lo que tú elijas, hijo mío. Y cuando haya pasado, si lo aceptaste amorosamente, con el pleno consentimiento de tu voluntad, serás un héroe, si lo sufriste forcejeando, un esclavo vulgar.
No te detengas en la medianía; en el camino de la perfección, ese puede ser un pasaje, pero nunca será el clima de los héroes y los santos.
Y por fin... llámame; te izaré en mis brazos y todo el tiempo de la prueba te llevaré, para que no te venzan, levantado en alto.
Oración final
Día 9º
Esperanza de los que luchan
Oración de inicio
Oye, Señora: la cristiandad te aclama Capitana invencible de la esperanza. La voz de Cristo, bajando de la cruz, ratificó, en la grandiosidad de su agonía, el título de gloria: Reina de los Apóstoles.
Capitana aguerrida de los que emprenden con santa audacia el camino de la perfección, y luchan denodados contra el desaliento, el carácter, la aridez, la fragilidad, la tentación, el atractivo de las criaturas, el aparente abandono de Dios.
En tu poder están los planos de cada batalla espiritual y de cada ofensiva del enemigo. Tú posees el secreto de la técnica de la victoria, conoces todas las estrategias infalibles... y las derrochas, por una suerte de alumbramiento espiritual, que te costó la vida de Jesús.
Angelical y transparente, eres la conductora de la juventud, que brega empecinada en los ocultos combates de la castidad; esta juventud nueva que es la esperanza de la Iglesia, dulcísimo consuelo de los que plasman almas, porque ella encarna el sueño de Jesús.
Capitana y bandera del ejército laico, que sólo puede ser vencido cuando se deje vencer por el pecado, semillita de luz, dispuesto está a cubrirte con su cuerpo cada soldado. Clarín irresistible, cuyo toque pone luz en las almas, fuego en el corazón, clarín de los apóstoles que luchando y cantando, aunque el barro les salpique los miembros, van confesando a Dios.
Conquistadora y Reconquistadora que pasas por la historia de la Iglesia, como una bendición, iluminando errores, disipando herejías y formando los héroes como Domingo de Guzmán. Pero en todas las luchas, no sólo en las heroicas, en las vulgares contradicciones diarias de cada hogar, eres, la Consejera, la Pacificadora, la Madre llena de dulzura sin par. ¡Vámonos, ya Señora: levantemos la tienda, que la mies nos espera y son legión las almas; caminemos deprisa, vamos a conquistar la tierra para Cristo!
¡A tu poder confiamos la victoria de esta doble conquista que ha traspasado nuestro corazón: para nosotros, la santidad, el cielo; y el mundo para Dios!...
Oración final
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